¿Quiénes son ustedes?
Cualquier observador inteligente de las iglesias principales del cristianismo no puede dejar de darse cuenta de la gran divergencia entre la enseñanza y práctica de la Iglesia primitiva y lo que se enseña y practica hoy en día. En el transcurso de la historia de la Iglesia el Espíritu Santo ha levantado hombres con percepción espiritual que han percibido agudamente el deterioro y a quienes Dios ha usado para redescubrir verdades perdidas durante siglos.
En el siglo 16 Martín Lutero quedó atónito ante el abandono de la cristiandad primitiva, y su vigorosa protesta condujo a la Reforma. Recuperó la gran verdad que la justificación es por fe en la muerte vicaria de Cristo solamente. Los avivamientos evangélicos del siglo 18 bajo George Whitefield y los hermanos Wesley fueron, sin duda alguna, una obra del Espíritu Santo, pero ambos movimientos fallaron en no sacar a la luz mucha verdad clave que estaba enterrada bajo los ritos y la tradición.
En el siglo 19 el Espíritu Santo obró de nuevo. Sucedió paralelamente en diversas partes del mundo, distantes entre sí e independientes la una de la otra. Varios varones de Dios, muchos de ellos eruditos y teólogos, fueron levantados para promover verdades espirituales que habían quedado desconocidas y desatendidas por siglos. La mayoría eran varones jóvenes poseídos de un afán vivo por volver a la Biblia y practicar lo que habían descubierto.
Sin embargo, uno debe tener presente que en toda época de la historia de la Iglesia hubo pequeños grupos perseguidos que se reunían en gran sencillez para adorar a Dios y testificar a los demás. Se percibe un hilo que corre a lo largo de los siglos, en lugares diferentes y con nombres diferentes. En cada caso la jerarquía eclesiástica que detentaba el poder intentaba destruirlos.
La gente que se conoce en algunas partes, mayormente de habla inglesa, como ‘los Hermanos’ tiene su origen en un núcleo de varones jóvenes, la mayoría de ellos procedentes de familias aristocráticas, que se reunían en la lujosa villa de Lady Powerscourt, cerca de Dublín en Irlanda. Se les da esta etiqueta, y varias más, en América Latina. Un domingo por la mañana en 1830, cuatro de ellos se juntaron en una casa para celebrar la cena del Señor. Su número aumentó paulatinamente, de manera que alquilaron un edificio donde realizaban sus reuniones para la adoración y la enseñanza de la Palabra de Dios. El líder era John Nelson Darby, quien por razones de convicción había renunciado a su cargo en la Iglesia de Irlanda.
Casi el mismo año un reverendo anglicano en la Guyana Británica, conocida ahora como Guyana, hizo lo mismo. Leonard Strong (apoyado poco tiempo después por un colega suizo) fue usado por Dios, no sólo en la salvación de muchísimas almas, sino en la constitución de una numerosa ‘asamblea’ regida por los mismos principios que se estaban descubriendo en Gran Bretaña.
Lo mismo estaba sucediendo en la ciudad de Plymouth al sur de Inglaterra. Dentro de poco, más de mil personas se estaban congregando en el nombre del Señor Jesucristo. Se les dio el apodo de ‘los Hermanos de Plymouth’, y mucha gente emplea este término todavía, pero ellos deseaban ser conocidos como simplemente como ‘cristianos’ como dice en Hechos 11.26. Aproximadamente ochenta veces en el Nuevo Testamento el apóstol Pablo y otros usaron la palabra traducida hermanos en el sentido de una familia cristiana cuyo Padre es Dios. El nombre, entonces, tiene buenos antecedentes.
En Bristol, otra ciudad de Inglaterra, George Müller y Henry Craik eran los líderes en otra congregación de la misma clase. El nombre de Anthony Norris Groves se destacó mucho al comienzo del movimiento. Se le acreditan las sugerencias que encontraron su expresión en los principios bíblicos que definieron la manera en que aquellos creyentes se congregaban y realizaban sus reuniones en iglesia.
De este comienzo que parecía poco auspicioso, muchos grupos proliferaron en Gran Bretaña, los Estados Unidos, Canadá, el Caribe y otros países de ultramar. En el continente europeo los hubo en Francia, Alemania, los Países Bajos, Escandinava, Italia, España y Rusia. Muchas asambleas aparecieron en el valle del río Nilo. Fue notable la expansión en América del Sur a partir de los años 1880, especialmente en Argentina, Brasil y Venezuela.
África Central y Suráfrica han visto una bendición fenomenal. Frederick Stanley Arnot fue el pionero. Penetró el corazón de África con el evangelio desde 1881 a 1886, antes de la ocupación colonial de los belgas y británicos.
El movimiento que comenzó en Dublín, Plymouth y Bristol en 1830 continuó en armonía mutua por casi veinte años pero en 1848 se dividió en dos. Darby, influenciado por sus antecedentes episcopales, inició una forma de gobierno eclesiástico centralizado que fijaba políticas, procedimientos y disciplina para cada individuo y congregación afiliada. Llegaron a ser conocidos como los exclusivistas.
Darby era un erudito, teólogo y lingüista brillante. Tradujo la Biblia de los idiomas originales al inglés, alemán y francés, y ciertas otras obras al italiano. Se le da crédito por haber recuperado mucha verdad bíblica, especialmente en materias como las dispensaciones y las profecías. Pero su estilo de un control centralizado dio por resultado sucesivas divisiones con el correr de los años.
Por otro lado se les dio el apelativo de ‘hermanos abiertos’ a aquellos que se quedaron con Anthony Norris Groves y George Müller y practicaban los principios enunciados por Groves al comienzo, y persiste el deseo entre ellos de llamarse ‘hermanos’ sin h mayúscula.
Conviene delinear aquí cuáles son estos principios. Por cuanto toda asamblea es autónoma y no tiene ningún credo salvo la Biblia, puede haber muy ligeras diferencias de interpretación en ciertas áreas, pero el cuadro amplio es como sigue.
En primer lugar los hermanos se ciñen tenazmente a las históricas doctrinas fundamentales de la cristiandad: la Santa Trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo, coiguales y coeternos; la deidad esencial del Señor Jesucristo y su auténtica humanidad impecable; su muerte vicaria en la cruz por el pecado; su resurrección corporal y su ascensión; su obra cual Sumo Sacerdote y su regreso para reinar durante mil años literales. Creen en el cielo para los renacidos y el castigo eterno para quienes rechazan a Cristo. Respetan sin reserva alguna la inspiración plena y absoluta fiabilidad de las Sagradas Escrituras en los escritos originales.
Pero procuran enfatizar y practicar una serie de doctrinas que creen que fueron olvidadas o corrompidas:
La Iglesia del Nuevo Testamento se llama el cuerpo de Cristo y tiene una sola Cabeza, el Señor Jesucristo. Todo creyente renacido es un miembro de aquel cuerpo, el cual tuvo su inicio en Pentecostés y será consumado en el arrebatamiento.
La iglesia local se compone de creyentes renacidos que se congregan en el nombre del Señor Jesús, desconociendo cualquier título denominacional, ya que esto la ubicaría en terreno sectario y sería una negación de la verdad del cuerpo único. La iglesia de una determinada localidad es autónoma, responsable a la Cabeza que es el Señor Jesucristo, quien ha prometido en Mateo 18.20 estar en medio. Hay una buena comunión con otras iglesias locales, o asambleas, pero no hay ninguna confederación.
1. La iglesia local está gobernada por una pluralidad de ancianos con autoridad delegada de la Cabeza exaltada. El Nuevo Testamento no reconoce un esquema clérigo ni de ministerio de un solo hombre. El Espíritu Santo forma a los ancianos; Hechos 20.28. Estos no se autoproclaman sino son reconocidos por la iglesia local como idóneos para esta obra, si es que se ocupan en ella; 1 Tesalonicenses 5.12,13.
2. El sacerdocio de todo creyente; a saber, que cada uno es un sacerdote santo para la adoración y un sacerdote real para el testimonio; 1 Pedro 2.5,9. Esta Escritura excluye la idea de cleros y laicos. Hay una maravillosa libertad para la adoración y el ministerio guiados por el Espíritu Santo.
3. El papel desempeñado por las mujeres contempla su silencio en la iglesia local en lo que se refiere a la enseñanza pública; 1 Corintios 14.34, 1 Timoteo 2.11 al 15. Su sujeción en este sentido se evidencia por guardar la cabeza cubierta, 1 Corintios 11.1 al 16. Con todo, su esfera de servicio es sumamente amplia, tanto en el hogar como entre otras de su propio sexo; Tito 2.4.
4. El bautismo es por inmersión y para creyentes solamente, basado en una confesión de fe.
5. La cena del Señor es de importancia primordial, a ser observada cada primer día de la semana. Nunca hay un coordinador ni ancianos encargados: estos reconocen el señorío de Cristo y la soberanía del Espíritu Santo para guiar en la adoración y la exposición de la Palabra.
6. Las Sagradas Escrituras requieren una interpretación dispensacional. Es esencial distinguir entre el llamamiento terrenal de Israel y las promesas para esa nación en el Antiguo Testamento, y por otro lado el llamamiento celestial de la Iglesia en el Nuevo Testamento.
7. La gran mayoría de estos creyentes en Cristo cree y enseña que el Señor Jesucristo arrebatará la Iglesia antes de la tribulación por el Anticristo y del reino milenario de Cristo en la tierra, respectivamente.
8. Las asambleas de estos hermanos siempre se han caracterizado por una evangelización proactiva en el vecindario e internacionalmente. Se ha dicho que, en relación a su número, estas cuentan con más misioneros en los diversos continentes del mundo que cualquier otro grupo evangélico. Éstos entran en el servicio evangelístico a tiempo completo sin ninguna remuneración convenida, contando solamente con Dios para suplir sus necesidades y sus medios.
Posiblemente estos principios parezcan idealistas e imprácticos en este mundo moderno, pero el caso es que miles de los siervos de Dios en los últimos ciento setenta años han demostrado en la práctica que la obra de Dios llevada a cabo en la manera que Dios manda puede contar con la bendición de Dios.
El evangelio de la gracia de Dios se manifiesta en la vida de los hijos suyos y es divulgado por todos los cristianos, cualquiera que sea su vínculo con movimientos evangélicos o no evangélicos. Cuando el cristiano goza de la experiencia feliz de ser un instrumento en la mano de Dios para conducir un alma perdida a Cristo, entonces por regla general este nuevo convertido será guiado a la misma agrupación religiosa que la del evangelista. El tal no sabrá que hay diversidad de iglesias, estilos de reunión, interpretaciones de doctrinas y de prácticas, ya que la fe cristiana está repleta de diferencias que bien ayudan o bien estorban en el desarrollo de un convertido a esta fe.
En la redondez del globo se encuentra un gran número de congregaciones que se rigen por las convicciones reseñadas arriba. Sus locales, iglesias evangélicas, capillas, centros bíblicos —llámenlos lo que quiera en su gran variedad— son de estilo tradicional o moderno, están en grandes ciudades y en pueblitos, en países industrializados y en el Tercer Mundo, en ambientes académicos y en desiertos. Puede que su membresía sea numerosa o reducida, pero son congregaciones indepen-dientes la una de la otra y a la vez dependientes todas de la dirección divina procedente del Espíritu Santo. Ellas actúan en armonía entre sí prosiguiendo los mismos fines, teniendo las mismas aspiraciones y deseando cada cual honrar al Señor conforme a las Sagradas Escrituras.
Los convertidos son ganados para Cristo en campañas evangelísticas, la predicación acostumbrada en centros evangélicos, escuelas dominicales, reuniones al aire libre, el reparto de literatura, campamentos, conversación personal, etc. En la gran mayoría de
los países del mundo, estos hermanos han estado especialmente activos en esta esfera de testimonio. Los recién convertidos, a menudo sin antecedentes, son dirigidos a las reuniones de una asamblea o iglesia local. Muy posiblemente, hasta ese entonces hayan concebido los lugares de reunión como centros de ceremonias religiosas, distinguiendo vagamente entre ellos y las iglesias y capillas más formales de las grandes agrupaciones religiosas.
Antes de su conversión, el típico hombre de la calle concebiría estos salones de la misma manera que pensaría de los locales de las sectas heréticas. Posiblemente ha leído la cartilla colocada en la entrada que avisa el horario para las diferentes actividades, como la cena del Señor (o ‘el partimiento del pan’), la oración colectiva, el estudio bíblico y la predicación del evangelio, notando que la lista difiere de la de una típica ‘iglesia’ vecina.
Posiblemente haya visto a los creyentes entrando y saliendo de su salón y se ha preguntado cómo podrían encontrar algo interesante en aquellas reuniones. Si hubiera visto más de cerca, se hubiera dado cuenta de que en todo el quehacer de esa gente hay una verdadera devoción al Señor. Hay también un marcado y reverente interés en la Palabra de Dios que les orienta en sus reuniones y en las actividades fuera de su iglesia, como también un celo que fija prioridades en la familia, el empleo y otras esferas.
Como uno nuevo en el camino del Señor, nuestro recién convertido entra en contacto cercano con lo que apenas había observado de lejos en sus tiempos antes de salvo. Se ha dado cuenta de que se encuentran en la Biblia las verdades evangélicas del Hijo de Dios, su sacrificio, resurrección y ascensión, y el medio del arrepentimiento, la conversión y la fe. Se ha comprometido a esta fe que guarda día a día (y no sólo para la eternidad por delante) y ahora, cual nueva creación en Cristo, debe avanzar a abrazar otras verdades encontradas en las Escrituras, tales como el bautismo, la comunión y el servicio. Tiene que deslastrarse de aquellas viejas ideas religiosas, limitándose a las que encuentran su origen en la Palabra de Verdad que está leyendo día a día.
Su estilo de vida cambia también, haciéndose apto para la presencia de Cristo en él. Se da cuenta de que tiene que examinar su conducta y sus intereses, a ver si son cónsonos con la comunión con otros creyentes que parecen ser tan diferentes y santificados en su madurez cristiana. El proceso puede resultar doloroso, pero ve que le trae gran bendición cuando cede su vida a Cristo, diciendo, ‘Señor, ¿qué quieres que yo haga?’
Esta búsqueda de fe conduce al convertido a la comunión en una asamblea local. Identificándose con el pueblo de Dios, él será uno de ‘los hermanos’ o, como lo expresa Pablo en Colosenses 4.12, ‘uno de vosotros’. Pero debe haber un franco compromiso con la asamblea local; esto es esencial para una clara manifestación de celo y fe. El deseo por la leche no adulterada de la verdad capacita al nuevo creyente para discernir por qué está entre ‘hermanos’ y no entre otros cristianos que son tan salvos por la gracia de Dios como él es. Quizás nada sabe de la historia de estos grupos, consciente de sólo lo que una asamblea de hermanos profesa y por qué ella debe asumir esta postura. Él llega a comprender sus razones fundadas en la Palabra de Dios y ve que deben ser sus propias razones también.
Observando una asamblea local de hermanos que andan a la luz de las Sagradas Escrituras, se nota que hay un orden de reuniones recurrentes con el afán de no dejar de congregarse como es la manera de algunos, como lo expresa Hebreos 10.25. Dependiendo de las circunstancias del caso y las oportunidades que se pueden aprovechar, se predica el evangelio valiéndose del talento que hay en el seno de la congregación y también de evangelistas que vienen de visita. En la conducta de la iglesia, los hermanos perseveran en la doctrina de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones según Hechos 2.42.
Allí se presta atención al desarrollo de los dones, ya que la promesa es que el Señor los distribuye a ‘cada uno’, Efesios 4.7. Se reconocen ancianos o supervisores a quienes Dios ha asignado esta responsabilidad en la asamblea. Cual pastores entre la grey, estos guiarán en el servicio de Dios y ejercerán la disciplina que sea necesaria. Hay mucha ayuda mutua en el seno de la membresía, reconociendo que el creyente debe hacer bien a todos, especialmente a los que son de la familia de Dios, Gálatas 6.10.
Se estudia la Palabra de Dios en sus aspectos históricos, típicos, poéticos, proféticos, eclesiásticos, morales, doctrinales y, desde luego, en su presentación del Señor Jesucristo. Se apoya la obra misionera, ocupándose en oración por sus testimonios acerca de ‘cuán grandes cosas ha hecho el Señor con ellos’, como dice en Hechos 14.27. Ni herejía ni doctrina falsa son toleradas, como tampoco las prácticas que estén fuera de tono con la Biblia.
El nuevo creyente se dará cuenta de que estos son ‘los hermanos’. Esta fe y práctica ha conquistado los corazones de muchos hombres y mujeres fieles; buena parte de sus vidas giran en torno de un testimonio como este, sabiendo que agrada al Señor y glorifica su nombre. Algunos han oído el llamado de Dios al campo misionero; otros se han dedicado a su obra a tiempo completo en su país de origen. Pero la mayoría sirve al Señor donde está fuera de sus horas laborales, bien entre jóvenes, ancianos, enfermos, o en la predicación y enseñanza pública del evangelio y la Palabra de Dios, no pocas veces con gran poder como habilitados por Dios mismo, mientras que otros laboran sin ser vistos por sus prójimos, atendiendo a las necesidades ocultas de muchas almas.
Ninguna lista puede detallar las ocupaciones de aquellos que sirven a su Señor, y un solo hombre no es un ministro a cargo de una congregación mayormente pasiva. El servicio es independiente de antecedentes nacionales, culturales y académicos. La actividad de los hermanos conforme a las Escrituras es básicamente apropiada para todo convertido en cualquier parte del mundo alcanzado por el evangelio. Aun cuando cuentan con un legado histórico, ‘los hermanos’ hoy en día pueden ser vistos como una comunión viva y contemporánea que proyecta un poderoso testimonio al Señor hasta que Él cumpla su promesa de volver por los suyos.
Si estamos en lo cierto, ¿por qué somos pocos?
Dos filas y tres contrastes
Si estamos en lo cierto, ¿por qué somos pocos? O sea, si tenemos la razón en lo que creemos, ¿por qué somos sólo una pequeña minoría? Cada persona que reflexiona ha formulado esta pregunta con relación a dos situaciones por lo menos.
Por ejemplo, cuando el Señor Jesús viajaba hacia Jerusalén, sus enseñanzas provocaron la pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Lucas 13.23. Damos gracias a Dios por los millones de almas que van a estar en el cielo por la sangre del Cordero del Calvario, pero con todo hay que recordar que el mismo Señor dijo en cuanto a la puerta al cielo que “pocos son los que la hallan”. Muchas son las veces que usted y yo pensamos en esto al ver las vastas multitudes que no tienen al Salvador.
Hay otro contexto en que preguntamos por qué somos pocos. Es en relación con la iglesia local, o sea, nuestra manera de congregarnos en asambleas del pueblo del Señor. Es en este sentido que queremos examinar la pregunta. Vamos a repetir el planteamiento: Si estamos en lo cierto al reunirnos en el nombre del Señor Jesucristo en congregaciones como las que conocemos, ¿por qué no lo hacen la gran mayoría de los creyentes?
Vamos a los últimos versículos de 1 Corintios 1, donde el párrafo comienza con las palabras: “Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles ...” Estos versículos describen la elección soberana de Dios de los instrumentos que emplea para su gloria. Él ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios. Ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte. Ha escogido lo vil del mundo, lo menospreciado, lo que no es, para deshacer lo que es; 1 Corintios l. 27, 28. No debemos perder de vista que esto lo dice la Biblia precisamente al comienzo de la epístola que expone cómo debe ser y cómo debe funcionar una asamblea cristiana.
En estos versículos se observa el uso de dos verbos: llamar (1.24) y escoger. El primero de ellos forma la base de la palabra original para iglesia y asamblea; ella es una congregación de personas llamadas. El segundo contiene el prefijo de entre; una iglesia se compone de los que han salido de entre una masa mayor. Una asamblea local es una congregación de personas que han sido llamadas y escogidas.
Está condenado al fracaso cualquier intento a comprender la elección de Dios. Él elige según su suprema sabiduría y llama según el misterio de su voluntad. Nosotros simplemente nos arrodillamos en adoración delante de Él. Como dijo Moisés a Israel en Deuteronomio 7.7,8: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró ... os ha sacado con mano poderosa”.
Tres propósitos y diversos valores
El párrafo en Corintios no explica por qué Dios eligió así, pero da tres razones por haberse interesado en los instrumentos débiles:
• a fin de que nadie se jacte en su presencia, 1.29;
• que Cristo Jesús sea hecho sabiduría, etc., 1.30;
• para que uno se gloríe en el Señor, 1.31.
Al volver a escribir a esa misma asamblea, Pablo dice que él personalmente había aprendido el propósito divino en permitir la debilidad. El Señor le había dicho: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Y, escribió el apóstol: “de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”, 2 Corin-tios 12.9.
Cuando examinamos el asunto de la pequeñez y debilidad, es preciso considerar qué normas o valores estamos usando para medir las cosas. Todos estamos expuestos constantemente a un sistema de valores que es mundano y humano. Quizás pensamos que ese sistema no nos afecta, pero es engañoso y nos abraza clandestinamente. Nosotros sí formamos estilos de pensar que se basan en valores carnales. Se pueden distinguir tres categorías:
• los valores de la sociedad. La cultura nos influencia. Estamos sujetos a presiones a pensar como piensan los demás, según sea nuestro nicho en la sociedad.
• los valores de la mayoría. “¡Cincuenta millones de personas no pueden estar equivocados!” Sí, cualquier número de millones puede estar errado, y lo ha sido a lo largo de la historia humana. La idea de una mayoría moral no es bíblica.
• los valores personales. “Lo que yo pienso es lo correcto”.
Todos somos viajeros en el camino de la vida y podemos percibir sólo aquella parte del camino que estamos transitando. Este aprieto humano ha ocupado las mentes de los más destacados filósofos a lo largo de los siglos. “El sentido tiene que venir desde fuera del mundo”, ha dicho uno.
Hace falta una perspectiva divina, un poder de observación que tiene Dios, a ver todo el camino objetivamente. Por lo tanto, el verdadero sistema de valores está más allá de la capacidad humana de producirlo. Estos valores de Dios van en contra de la carne, el orgullo y el pensar de la muchedumbre.
Tan pocos; ¿por qué?
(a) Hay la actitud de arrogancia. “Somos pocos porque sólo nosotros tenemos la razón. ¡Qué buenos somos nosotros!
(b) Hay la actitud de conformidad. El testimonio es quizás débil y pequeño ante el mundo, pero, dicen algunos, tenemos que aceptar las cosas como están. Esto es algo de la actitud del siervo en Mateo 25 que escondió el dinero que su maestro le había encomendado.
(c) Hay la actitud de confusión. Es de los que dicen que no somos tantos como son estos y aquellos, de manera que tenemos que estar equivocados. Si estuviéramos en lo cierto, piensan, seguramente seríamos importantes.
(d) Hay la actitud de ejercicio espiritual. Dios nos ha encomendado su verdad, y tenemos la enorme responsabilidad de vivirla y enseñarla de tal manera que seamos de la mayor bendición posible a los demás.
¿Qué es la verdad?
Todo este asunto de creer que uno tiene la mente de Dios puede ser el resultado de presun-ción y orgullo. Acordémonos de que Dios ha escogido lo débil, menospreciado y necio para la realización de su plan.
Podemos pensar que estamos en lo cierto sólo en la medida en que seguimos la Palabra de Dios, usándola como nuestra única guía, e interpretándola correctamente. Hay “la fe” que ha sido dada una vez a los santos, Judas 3. Todos los evangélicos auténticos aceptan y creen este cuerpo de enseñanza acerca de la Trinidad, la inspiración de las Escrituras, el señorío de Cristo, la salvación y los propósitos de Dios para la edad presente y las futuras.
Si se pregunta a un verdadero creyente por qué dice que hay un infierno, la tal persona res-ponderá que cuando Jesús estaba aquí, Él afirmó ser Señor de todo, sus enseñanzas fueron confirmadas por sus palabras, obras, muerte y resurrección, y dijo que hay un infierno. Por lo tanto lo hay. El creyente puede decir que esta verdad le es muy incómoda, pero dirá que es la verdad porque Cristo la dijo.
Pero hay verdades que no todo verdadero creyente conoce, o por lo menos no las conoce bien ni las practica. Nosotros que hemos sido congregados en el nombre del Señor Jesucristo en “asambleas”, o iglesias locales según la enseñanza del Nuevo Testamento, creemos y practi-camos las verdades siguientes, entre otras.
Varias de ellas son peculiares a las congrega-ciones a cuales me refiero.
l. Cada iglesia local es una entidad en sí, autónoma. Es distinta a la Iglesia universal, que es el cuerpo de Cristo, o sea, el conjunto de todos los creyentes de la dispensación entera.
2. El nombre del Señor Jesucristo es el único nombre al cual debemos congregarnos.
3. El Nuevo Testamento enseña que todo creyente es un sacerdote. (Muchos evangélicos que profesan esto no lo practican).
4. El Espíritu Santo ha dado dones al pueblo del Señor.
5. La Cena del Señor tiene prioridad sobre toda otra actividad de testimonio colectivo. Ella da carácter a da otra reunión de una asamblea.
6. La adoración espiritual tiene un carácter propio y sobresaliente. No consiste en escuchar un discurso sino es la alabanza colectiva de muchas almas redimidas.
7. La Palabra de Dios es la suprema autoridad en cuanto a la práctica y el gobierno de una asamblea; más allá de las Escrituras no hay argumento ni apelación.
8. Las relaciones entre las diferentes asambleas o iglesias locales se basan en la relación que cada una de ellas tiene con el Señor Jesús. Estas relaciones no dependen de, ni constituyen, una organi
9. La ética del Nuevo Testamento exige la separación o el distanciamiento de la mundanalidad y toda forma de conducta conforme al sistema humano contrario a la revelación de Dios en Cristo.
10. Las damas guardan silencio en las reuniones de la iglesia local.
11. La obra del Señor es apoyada económicamente sólo por creyentes, sin recibir fondos de los inconversos.
12. El creyente depende enteramente del Espíritu Santo para dirigir la evangelización; es Él quien conduce los perdidos a Cristo.
El testimonio de la minoría
Ahora, seamos prestos a confesar que somos culpables del incumplimiento y la debilidad en cuanto a estos principios tan majestuosos.
No es nada nuevo que el testimonio para Dios sea reducido y débil. El testimonio suyo en el mundo siempre ha tenido el carácter de un remanente, y tres cosas han sido típicas de este remanente o minoría reducida:
• Siempre ha habido un marcado sentido de debilidad humana.
• Siempre ha tenido gran fe en Dios.
• La Palabra de Dios ha ocupado un lugar prominente.
Las Escrituras abundan en ejemplos del testimonio de un remanente. Set, Enoc y Noé eran pequeñísimas minorías. Abram fue llamado solo de su patria y pueblo. Aun en su propia casa José fue llamado “el que fue apartado de entre sus hermanos”, Génesis 49.24. Sólo la tribu de Leví respondió, años después en Éxodo 32.24, cuando Moisés exclamó: “¿Quién está por Jehová?” Era un tiempo de testimonio en Israel de parte de una minoría.
Cuando el Señor Jesús vino en cumplimiento de tantas promesas, Ana “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”, Lucas 2.38. Sí, ¡pero cuán pocos eran ellos! Luego, había “unas pocas personas” que no habían manchado vestiduras en Sardis, y Filadelfia tenía “poca fuerza”, Apocalipsis 3.4,8.
En su sabiduría divina Dios ha escogido lo débil para avergonzar a lo fuerte, y ha mantenido siempre un testimonio en el mundo por lo que Isaías 1.9 llama “un resto pequeño”. Las opiniones humanas ponen gran énfasis en tamaño e influencia en el mundo, pero el poder de Dios se perfecciona en la debilidad.
Cualquier deficiencia en nuestro testimonio debe causarnos un sincero examen de corazón y la correspondiente confesión de pecado y fracaso. Debe estimular una plena confianza en el poder de Dios para mantener lo que es para su gloria. “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” Lucas 18.8. Sí, la hallará, pero de parte de una pequeña minoría, un remanente.
¿Quiénes somos y qué creemos?
Somos una iglesia de creyentes en el Señor Jesucristo; que nos reunimos en su Nombre, no en nombre de ningún sistema, credo o persona. Muchas veces, al decir esto, la gente nos dice: “sí, pero ¿quiénes son?
¿A qué grupo pertenecen? Respondemos que en el Nuevo Testamento las personas que pertenecen al Señor Jesucristo se llaman hermanos, creyentes, santos, discípulos y cristianos. Estos nombres bíblicos nos bastan. Pertenecemos al Señor Jesucristo, no a una organización terrenal, tal como en el Nuevo Testamento. ¡Sí, todavía hay gente así! Ven y ve.
¿Son “evangélicos”? Predicamos el evangelio, si es a esto que te refieres, pero no usamos esta palabra para describirnos, porque en primer lugar no es bíblica. Somos hermanos, creyentes, santos, discípulos y cristianos, al igual que todos los demás verdaderos creyentes en el Señor Jesucristo. No tomamos otros nombres. Y en segundo lugar, aunque tomáramos otro nombre, no usaríamos éste porque hay mucha gente que se llama “evangélica” y muchas “iglesias evangélicas” que no se ciñen a la Palabra de Dios y que tienen doctrinas y prácticas no bíblicas. Así que, nos quedamos con los nombres que Dios nos da en su Palabra.
¿Dónde está su sede? En el cielo. No tenemos ninguna en este mundo.
¿Quién es su líder o director? Jesucristo es nuestro Señor. Él nos dirige por medio de su Espíritu Santo.
¿Quién fundó su movimiento o iglesia? El Señor Jesucristo. Él dijo: “edificaré mi iglesia”.
¿Pero con qué grupo u organización están afiliados? Ninguno.
¡Entonces son una secta! No, porque una secta es un grupo que se aparta de la verdad, que guarda y propaga doctrinas heréticas, y nosotros no hacemos esto.
¿Cuántos son? ¿Qué tiene que ver esto? En el diluvio murió todo el mundo menos ocho personas que confiaron en Dios. No nos importa la opinión de la mayoría. Somos los que el Señor nos dé. En comparación con iglesias y grupos populares, somos pocos, pero no nos molesta no ser la mayoría, porque la verdad de Dios no es un asunto democrático. El Señor dijo que por ser suyos, el mundo nos aborrecería, y que el mundo ama a lo suyo.
La base
La Sagrada Biblia es la Palabra de Dios, total y divinamente inspirada, y la aceptamos como nuestra única autoridad. No hay otro libro de origen divino, ni antes ni después en la historia. Lo que a continuación se expone no es ningún credo o dogma, sino que sencillamente es una reseña de las doctrinas principales de la fe apostólica, para orientar a los que preguntan, “¿qué creen?” Es una respuesta orientativa a esa pregunta, y para saber más es necesario leer las citas bíblicas en su contexto, y considerar cuidadosamente su significado.
Definitivamente, la Biblia es la brújula divina, y fuente de verdad. Es infalible, porque es divinamente inspirada; sale de Dios y representa sus pensamientos hacia nosotros. No hay hombre ni iglesia ni organización que tenga el “magisterio”. El magisterio lo tiene Dios, lo tiene el Espíritu Santo, y punto. Todos los demás son ladrones y salteadores. Por lo cual, nosotros como discípulos del Señor Jesucristo, exponemos reverentemente estas creencias, en el temor de Dios, y a todo lector le recordamos la exhortación apostólica: “…sigamos una misma regla, sintamos una misma cosa” Filipenses 3:16.
Aconsejamos leer en su contexto y considerar cada versículo aquí citado, y observar de primera mano lo que Dios dice en su Palabra. Puesto que Dios se ha revelado a través de su Palabra, y se ha expresado perfectamente en ella, dejemos que hable, y que tenga la última palabra. Nosotros los seres humanos no podemos juzgar ni definir la Palabra de Dios, sino que ella nos juzga, y define quién es cada uno de nosotros. Por medio de la boca del profeta Isaías, Dios promete lo siguiente: “…miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” Isaías 66:2.
Contenido La Santa Biblia Un solo Dios Jesucristo El Espíritu Santo El hombre El pecado La salvación La iglesia El bautismo y la cena del Señor La certidumbre y la seguridad de la salvación La vida cristiana y sus prioridades Los dones espirituales Los eventos futuros
La Santa Biblia
La Santa Biblia es la única Palabra de Dios, y es total y divinamente inspirada 2 Timoteo 3:16, e inerrante. Rechazamos como doctrina no apostólica, y por lo tanto herética, la afirmación del Concilio de Trento en el año 1546, diciendo que la verdad divina llega a nosotros no sólo por medio de la Escritura sino también a través de la tradición (la de quienes hablan así, por supuesto).
¿Por qué citamos al Concilio de Trento y no a otros que fueron celebrados después, incluso el Concilio Vaticano II? Porque aquel Concilio aceptó por primera vez como inspirados y canónicos, los libros apócrifos judíos que tanto los judíos como también la mayoría de los padres de la Iglesia (Jerónimo, etc.) rechazaron, y su declaración es vigente hasta hoy. Rechazamos los libros apócrifos como literatura divina, y afirmamos, según la fe apostólica, que la Palabra de Dios no incluye la Tradición.
La Sagrada Biblia de hoy es la misma que era antes del Concilio de Trento, e incluye los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento y los veintisiete libros del Nuevo Testamento. Las anotaciones puestas en la Biblia por iglesias o por hombres eruditos —sean “católicos” o “protestantes”— pueden o no ser de ayuda, pero no constituyen inspiración o autoridad de ninguna clase. Esta Biblia es el único libro que es la verdadera revelación de Dios, y lleva una maldición para los que pretenden cambiarla Apocalipsis 22:18-19.
Las Sagradas Escrituras son infalibles, inerrantes, y merecedoras de toda credibilidad Salmo 12:6; Proverbios 30:5,6; 2 Pedro 1:19 al 21. Solamente ellas tienen la autoridad suprema y absoluta en todo Salmo 1:1,2; 119:9,11,105. La Biblia es la que lleva el mensaje del evangelio, y nos puede hacer sabios para la salvación 1 Pedro 1:23 al 25; 2 Timoteo 3:15.
También afirmamos que la Sagrada Biblia es lo que cada verdadero siervo de Dios debe estudiar, obedecer y emplear con diligencia en cada aspecto del ministerio cristiano, ya que sus doctrinas son suficientes para hacer que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra, sin añadir sabiduría humana de clase alguna, como la filosofía, psicología y sociología 2 Timoteo 3:16,17; Colosenses 2:8.
Un solo Dios
El verdadero Dios es uno, y fuera de Él no hay Dios Isaías 43:10; 44:6,8; 45:5 al 7,21-22. Dios ha revelado que Él existe eternamente Salmo 90:2 en tres personas iguales y distintas: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo Deuteronomio 6:4; Mateo 28:19,20; Juan 10:30; Hechos 5:3,4; 2 Corintios 13:14. Él creó todo por su poder y sabiduría Génesis 1:1; Salmo 33:6 al 9; Juan 1:3; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2. Él es Espíritu y no una fuerza impersonal Juan 4:24, y es distinto a los hombres Salmo 50:21; Isaías 55:8,9.
No se atribuye la deidad o la divinidad a ningún otro ser, ni a María ni a ningún santo. Ninguna de esas personas tiene la omnisciencia, omnipresencia u omnipotencia que hacen falta para poder escuchar nuestras oraciones, ni mucho menos para poder contestarlas.
No es posible representar al Dios vivo con imágenes (cordero, paloma, ojo, sol, etc.), ni está permitido usarlas en culto religioso, inclinarse ante ellas, rendirles culto (rezos, flores, velas, ofrendas, etc.), ni reverenciarlas de ninguna manera, ya sea adoración o veneración. Dios no nos permite hacerlas, ni tenerlas Éxodo 20:4,5; Salmo 115:3 al 8; Isaías 42:8; Hechos 17:29 al 30.
Los querubines del arca del pacto en el tabernáculo, del cual leemos en Éxodo, no son precedente para hacer y usar imágenes, ya que el pueblo no los veía, porque estaban en el lugar santísimo. Fueron hechos por orden de Dios, y Dios no ha dado ninguna orden semejante en el Nuevo Testamento que mande o autorice el uso de imágenes. Este Dios, el verdadero, es el Juez de todo; el que se llama el “Anciano de días” Daniel 7:9,10; Hebreos 12:23.
Jesucristo
El Señor Jesucristo no es una criatura, ni es un dios entre muchos, sino que es el Dios Eterno y Creador. El Creador no fue creado, sino que las Escrituras afirman
que Él hizo todas las cosas Colosenses 1:16,17. Es el Verbo de Dios, Dios el Hijo, el “Yo soy”, “Yaveh” o “Jehová” del Antiguo Testamento Juan 1:1,14; 8:24,58; Éxodo 3:14; Hebreos 1:8 al 12. Él es nuestro Señor y Salvador Tito 1:4, el Mesías prometido en las Sagradas Escrituras Juan 4:25,26.
Él es Dios manifestado en carne 1 Timoteo 3:16 que se reveló a través de la encarnación. Nuestro Señor Jesucristo fue concebido sin pecado (pero María no), por un milagro del Espíritu Santo Lucas 1:35. Su nacimiento virginal Lucas 1:35; Gálatas 4:4 en Belén cumplió varias profecías y dio otra prueba de su divinidad.
Su vida humana era sin pecado 1 Pedro 2:22; 1 Juan 3:5, ya que nunca dejó de ser Dios, y por lo tanto, no podía pecar Hebreos 7:26. Sus milagros divinos manifestaron que era el que decía ser, el Mesías, el Hijo de Dios Hechos 2:22. Los mismos judíos entendieron su lenguaje perfectamente, y sabiendo que Él se presentaba como Dios, le rechazaban por esto mismo, en su incredulidad. Como a muchas personas de nuestro tiempo, no les fue lógico ni comprensible que Dios se manifestara en carne.
La muerte de Jesucristo fue expiatoria y sustitutoria, ya que Él no tenía ni conocía pecado, sino que llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, ofreciéndose por nosotros y sufriendo en nuestro lugar 1 Corintios 15:3; Hebreos 2:9; 1 Pedro 2:24, 3:18. La expiación que Jesucristo realizó fue “una sola vez para siempre” Hebreos 9:12; 10:10,12,14, y la Escritura declara que Él entró, “habiendo obtenido eterna redención” Hebreos 9:12.
No es sacrificado de ninguna manera hoy en día, ni de forma incruenta ni mística, ni se perpetua su sacrificio Hebreos 9:23 al 26. Es una obra terminada, consumada, hecha “una sola vez para siempre”. Su expiación es universal en potencia, y es ofrecida a todos, pero aplicada solamente a los que creen. Su resurrección fue literal, corporal Lucas 24:36 al 44; 1 Corintios 15:4,8, y fue vista por muchos testigos.
Él ascendió corporalmente al cielo después de cuarenta días, donde fue recibido en gloria, y se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas Marcos 16:19. Dios Padre le ha dado el nombre que es sobre todo nombre, y un día toda rodilla se doblará, y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre Filipenses 2:9 al 11.
Ahora Jesucristo se presenta como Salvador, y fiel y misericordioso Sumo Sacerdote. Nos invita a acercarnos a Dios el Padre por medio de Él. La doctrina apostólica afirma que nadie puede acercarse a Dios por medio de ningún otro Juan 14:6; Hechos 4:12, porque el Señor Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los hombres 1 Timoteo 2:5. Todo aquel que pretende ser mediador o mediadora es falso, y hace afrenta al Señor Jesucristo como “un solo mediador”.
El Espíritu Santo
El Espíritu Santo es Dios Hechos 5:3,4. Él es el Vicario de Cristo, y no lo es ningún hombre. El Espíritu Santo convence de pecado, de justicia, y de juicio Juan 16:8-11. Regenera a los pecadores que creen el evangelio Tito 3:5 y mora en cada creyente desde la conversión en adelante Romanos 8:9; 1 Corintios 6:19,20.
Esto hace que el cuerpo del creyente sea templo de Dios. No puede ser recibido por una ceremonia de confirmación, ni por experiencias llamadas “segunda bendición” o “el bautismo del Espíritu”, sino que es recibido por todo aquel que nace de nuevo, por la fe en el Señor Jesucristo Efesios 1:13,14. No abandona a ningún creyente, sino que sella a todos ellos hasta que lleguen al cielo, y garantiza la salvación de cada creyente.
La Palabra de Dios declara que Dios no da su Espíritu por medida Juan 3:34. Es el Consolador que prometió Jesucristo a cada creyente, para guiarnos a toda la verdad, y el creyente tiene el Espíritu Santo que inspiró la Palabra de Dios morando en él, para iluminar su mente y ayudarle a entender la Biblia. Él no habla de sí mismo, sino del Señor Jesucristo, porque su propósito y misión es glorificar al Señor Juan 14:16,17; 16:13 al 15.
Él da a cada creyente el poder para vivir una vida santa, para testificar y servir al Señor Hechos 1:8; 1 Corintios 12:7,11. Él nos bautiza en el cuerpo de Cristo 1 Corintios 12:13,27 haciéndonos miembros del cuerpo, la Iglesia, que es algo que ningún ser humano puede hacer.
El hombre
El hombre fue creado por la voluntad de Dios Génesis 1:26,27; Salmo 100:3 y no evolucionó. Si queremos hablar de “evolución”, en todo caso sería descendente, evolucionar para abajo, de más a menos (de acuerdo con la ley de termodinámica) perdiendo el conocimiento de Dios y glorificando al hombre y a los animales en lugar de Dios. Las Sagradas Escrituras testifican que el hombre fue sumamente privilegiado y bendecido con el conocimiento de Dios en el principio, pero no quiso glorificarle como Dios Romanos 1:21.
Por su propia voluntad se constituyó pecador y rebelde Génesis 3:1 al 24; Romanos 5:12,16,19. Este primer pecado resultó en la pérdida de sus bendiciones y privilegios especiales, y en la depravación del corazón humano. Sólo hace falta leer el periódico o escuchar las noticias un poco para saber que el corazón del hombre es depravado. Cada día el mundo está dando la razón a Dios con sus hechos y negando su existencia con su boca. El hombre no aprobó tener en cuenta a Dios, y por eso Dios le entregó a una mente reprobada Romanos 1:28.
Entonces el hombre es pecador por naturaleza y por hechos, los cuales manifiestan su verdadera condición pecaminosa y depravada Marcos 7:20 al 23; Romanos 1:28 al 32, 3:10 al 18; Tito 3:3. No puede hacer bien Jeremías 13:23; Isaías 66:4. Cada ser humano está perdido eternamente como consecuencia del pecado Génesis 2:16,17; Ezequiel 18:4; Romanos 1:32, 3:10 al 23.
El hombre natural está contaminado en su propio corazón engañoso y perverso Jeremías 17:9; Marcos 7:20 al 23, y no es capaz de complacer a Dios Romanos 8:5 al 8. Aunque piensa que su camino es derecho, su fin es camino de muerte Proverbios 14:12; Mateo 7:13,14.
Sus buenas obras no pueden salvarle Efesios 2:8,9; Tito 3:5, porque las obras no pueden pagar por el pecado. El hombre no es su propio salvador. Ante el Santísimo Dios todas las llamadas buenas obras del hombre no son más que trapos de inmundicia Isaías 64:6. Cada ser humano será juzgado por Dios después de la muerte y debe prepararse para este encuentro Hebreos 2:2,3, 9:27; 1 Pedro 4:17.
El pecado
El termino “pecado” describe el estado y los hechos de cada ser humano por naturaleza Romanos 3:9 al 23. Quiere decir fallar, transgredir o no llegar a la meta. Toda injusticia es pecado 1 Juan 5:17. El pecado es rebelión contra Dios; es
todo movimiento en contra de la voluntad de Dios, ya sea consciente o inconsciente, pensamientos Isaías 55:7, Romanos 1:22 al 32, o la falta de hacer todo lo bueno que uno sabe y puede Santiago 2:10, 4:17. Las Sagradas Escrituras declaran que el pecado viene del corazón del hombre Marcos 7:20 al 23, no de la sociedad ni del ambiente que nos rodea.
Dios declara que los que pecan son dignos de muerte Ezequiel 18:4; Romanos 1:32; 2:3,12. La última consecuencia del pecado es la muerte Romanos 6:23, no sólo muerte física, sino también y al final la muerte segunda del lago de fuego para siempre. Es un lugar de castigo y sufrimiento eternal, que es la paga del pecado. No se aniquilarán Apocalipsis 20:10.
No existe ningún lugar como purgatorio, sino que después de la muerte hay el juicio y el castigo eterno e irrevocable en el infierno. No puede nadie purificarse de pecados por sufrir allí, porque el sufrimiento es punitivo y no para purgar nada. Los que entran en ese lugar fuera de la presencia de Dios, nunca podrán salir, ni jamás terminará su castigo. El infierno se llama la segunda muerte Apocalipsis 20:11 al 15.
La salvación
Dios ofrece la salvación por medio de Jesucristo, por pura gracia, a cada persona 1 Timoteo 2:3-6, 4:10. La obra del Señor Jesucristo en la cruz es para todos en su oferta, o potencial, pero es eficaz solamente para los que creen Romanos 3:22. El mensaje de esta salvación se llama el Evangelio 1 Corintios 15:3,4, y es como Dios ofrece al hombre el perdón pleno de pecados, y vida eterna Juan 3:16. Cada persona puede saber ahora si tiene o no tiene esta nueva vida 1 Juan 5:11 al 13.
Jesucristo salva perpetuamente Hebreos 7:25 a la persona perdida y pecadora, por su gracia, sin obras humanas Efesios 2:8,9; Tito 3:5 cuando creyendo el Evangelio, se arrepiente de sus pecados y confía en Jesucristo como su Señor y Salvador por los méritos de su obra consumada en la cruz Romanos 10:9 al 17; Hechos 3:19; 2 Timoteo 1:12. Jesucristo es el Señor de todos los que creen en Él, de tal manera que es imposible convertirse sin rendirse a Él como Señor. Habiendo confiado, la persona está bautizada y sellada por el Espíritu Santo Efesios 1:13-14; Tito 3:5 tiene vida eterna y no perecerá jamás Juan 10:28.
Entonces, si creemos lo que la Sagrada Biblia dice, está claro que la salvación no es por medio de los llamados “sacramentos”, que son inventos de hombres, ni por una iglesia, ni el bautismo, ni la intercesión de santos ni mediadores, sino única y exclusivamente por medio del Señor Jesucristo Juan 1:12,13; Hechos 4:12. Esta vida es la única oportunidad que hay para ser salvo, y los que no se salvan por el evangelio de la gracia de Dios durante esta vida, no tendrán ninguna otra oportunidad, sino serán inconversos y perdidos como enemigos de Dios por toda la eternidad Juan 3:36; 2 Corintios 6:1,2; Hebreos 3:7-13; Apocalipsis 21:8.
La iglesia
La verdadera iglesia no es un edificio físico, ni una organización humana con su jerarquía. Es un organismo vivo y espiritual: “el cuerpo de Cristo” 1 Corintios 12:12; Efesios 1:22,23. Ella existe en forma universal y local. En su forma universal (lo que significa la palabra “católica”), la Iglesia está constituida por todos los verdaderos creyentes en Jesucristo 1 Corintios 12:13 al 27; 1 Pedro 2:4,5.
Él es la cabeza de su cuerpo, la Iglesia universal Colosenses 1:18, y de cada iglesia local también Apocalipsis 1:12,13,20. La Iglesia no tiene otra cabeza, ni en forma de hombres, ni comisiones, ni federaciones, ni ninguna otra cosa, sino sólo Cristo. Además, entre el Señor Jesucristo y las iglesias locales no hay, y no se debe interponer, ningún otro gobierno eclesial, administración u organización. Esto sería afrentar a la cabeza de la Iglesia y de las iglesias Efesios 1:22; Colosenses 2:19.
En su forma local o congregacional, la iglesia consiste en una comunidad de creyentes comprometidos mutuamente al Señor y los unos a los otros. Se reúnen en el nombre del Señor Jesucristo, y perseveran con devoción en la enseñanza, compañerismo, adoración (la Cena del Señor), oraciones Hechos 2:42, y en la evangelización Mateo 28:19,20; Hechos 8:4; 2 Corintios 5:19,20.
Cada iglesia local, o “asamblea”, debe ser independiente y autónoma en cuanto a los hombres y los gobiernos, pero sometida al Señor Jesucristo y su Palabra. Cada iglesia local pertenece a Cristo, y no necesita de agrupaciones, federaciones de iglesias, denominaciones ni misiones.
El Señor Jesucristo diseñó que el gobierno de la iglesia local, es decir, a nivel de congregación, no fuera por un solo hombre (el sistema unipastoral), sino por un grupo o consejo de varones espirituales llamados ancianos, pastores, u obispos Efesios 4:11,12; 1 Timoteo 3:1 al 7; Tito 1:5 al 9; 1 Pedro 5:1 al 3; Hebreos 13:7,17. Sólo el Espíritu Santo puede hacer un anciano. La iglesia no las hace, ni mucho menos los seminarios y las escuelas e institutos bíblicos, los cuales no tienen fundamento bíblico.
La responsabilidad de la iglesia local (congregación, asamblea) es reconocer quiénes son estos hombres, tenerles en mucha estima y amor, imitar su fe, honrarles, recibir enseñanza y entrenamiento espiritual de ellos. Dios quiere que los creyentes reconozcan su gobierno en la iglesia a través de estos pastores, y por lo tanto, que acepten su ministerio pastoral, y les obedezcan (en lo que sea según la Palabra de Dios), sujetándose voluntariamente a ellos, como siervos del Señor Jesucristo 1 Tesalonicenses 5:12,13; 1 Timoteo 5:17 al 19; Efesios 4:11 al 12; Hebreos 13:7, 17.
Este gobierno espiritual debe ser siempre plural, según el patrón del Nuevo Testamento y la doctrina apostólica. La congregación no debe ser gobernada por voto, como en una democracia, ni por un hombre llamado “el pastor” y asalariado, ni por mujeres, ni por otra cosa, sino por un consejo de ancianos. Toda otra forma de gobierno eclesial está en desobediencia, sea por ignorancia o no, a la Palabra de Dios.
La formación profesional por medio de seminarios, institutos, etc. y ordenación eclesial no son requisitos para ser un anciano, ni son deseables. Lo que se precisa es ser convertido, discipulado, y manifestar los requisitos espirituales citados en la Biblia. Ellos sirven como los administradores del Señor Jesucristo que es el Príncipe de los pastores 1 Corintios 4:1; 1 Pedro 5:4.
También tiene diáconos según las necesidades que haya, y ellos sirven a los ancianos y a los creyentes para que los ancianos puedan persistir en su ministerio de oración y en el ministerio de la Palabra Hechos 6:1 al 7; 1 Timoteo 3:8 al 13. Pero todos estos hombres, diáconos y ancianos, forman parte del mismo cuerpo de la iglesia local, y tienen el mismo sacerdocio que los demás creyentes.
La Biblia y la iglesia no reconocen la distinción artificial y mundana del clero y laicos, sino que cada creyente es un sacerdote de Dios 1 Pedro 2:5,9 que tiene el privilegio y la responsabilidad de servir.
La iglesia local tiene la responsabilidad de mantenerse pura y de no admitir la “levadura”, ni de falsa doctrina Gálatas 5:8,9 ni de la práctica de pecado 1 Corintios 5:1 al 13 en medio de ella. Por lo tanto, ella también tiene la autoridad para disciplinar a los que pecan estando en comunión en la iglesia. La disciplina de la iglesia local es ejercitada por los pastores, de muchas maneras, aconsejando, enseñando, advirtiendo, amonestando, corrigiendo, redarguyendo, etc. Su forma más extrema es la excomunión.
Los pastores desenvuelven este ministerio en Nombre de Cristo, según su Palabra, y para el bien de todo el cuerpo. Deben ser tenidos en mucho amor y estima, por causa de su trabajo, y nadie debe impedirles la obra pastoral que el Señor les ha encomendado. Cada creyente debe desear el bien de cualquier persona que esté bajo disciplina, y orar tanto por ella como por los pastores 1 Corintios 5:1 al 6,11; 2 Corintios 2:5 al 11; Gálatas 6:1 al 3.
Los casos que demandan la disciplina más severa de la excomunión están delineados en ciertos textos Mateo 18:15-18; Romanos 16:17; Gálatas 4:30; Tito 3:10,11. Las personas bajo tal disciplina no deben ser recibidas en comunión en ninguna iglesia, porque es la forma de practicar la verdad de un solo cuerpo y una sola fe. Así tampoco debe ningún individuo recibir a tales personas, hasta que se hayan arrepentido, y hayan sido reconciliadas con los de su propia congregación donde se originó la disciplina 1 Corintios 5:11.
Con respecto a los santos, no son personas que han muerto y luego han sido beatificados por decreto humano o eclesial. Bíblicamente entendemos que los santos son todos los verdaderos cristianos, vivos y muertos, sin distinción Filipenses 1:1; 1 Pedro 2:5. Dios declara que cada creyente es un santo, y le demanda que viva así como los santos. También nos demanda santidad en la vida personal, como corresponde a hijos del Dios Santo.
El bautismo y la cena del Señor
Estos no son sacramentos, sino dos ordenanzas que practicamos con base bíblica Mateo 28:19-20; 1 Corintios 11:23 al 26. El bautismo por inmersión es la expresión externa y pública, de la identidad interna que ya hay con Cristo en su muerte y resurrección. Según la Biblia la norma es: creer (confiar) en el Señor Jesucristo, haciendo lo cual es la conversión personal, y después ser bautizada Hechos 2:41; 8:12.
Entonces el bautismo es el primer acto de obediencia al Señor. El Nuevo Testamento no contempla a creyentes que no son bautizados, ni el bautismo de los que no son creyentes, ni aun cuando sean niños de creyentes o niños de personas que profesan fe por ellos en una ceremonia.
El bautismo no quita el pecado original, ni tiene valor alguno en cuanto a perdonar o quitar pecados. Simplemente es un acto público de obediencia, una expresión y declaración de la conversión, y de la lealtad al Señor Jesucristo. Se hace una sola vez después de haber entendido y creído el evangelio.
En cambio, la cena del Señor (la santa cena, el partimiento del pan, la comunión) se celebra cada domingo según el ejemplo de la iglesia apostólica Hechos 20:7. Al contrario de los dogmas de Roma, proclamados junto con anatemas en el Concilio de Trento, la cena del Señor no es un sacramento, ni un sacrificio incruento, ni tampoco imparte la gracia del Señor al que asiste.
Se celebra como una simple reunión de la iglesia local con el propósito de recordar y declarar la muerte del Señor hasta que Él venga, pero no de perpetuarla. Es una reunión que está dedicada enteramente al Señor Jesucristo, para traerle a la memoria y adorarle, comiendo y bebiendo de los dos símbolos en anticipación de su venida.
No es la pascua, ni la misa, ni es en ninguna manera una renovación o perpetuación del sacrificio de Cristo, lo cual fue hecho una sola vez para siempre y el Señor declaró “¡consumado es!”. Por consiguiente, Él no continúa en una actitud de oblación ante el Padre, sino que está sentado, la postura de una obra consumada Juan 19:30; Hebreos 9:26; 10:10 al 18. Participar de la santa cena es solamente para las personas que ya son nacidas de nuevo y andan con el Señor, viviendo en santidad 1 Corintios 11:27 al 30.
La certidumbre y la seguridad de la salvación
La certidumbre de la salvación como un concepto, y no meramente como una frase, es una doctrina apostólica, y quiere decir que cada verdadero creyente puede saber, por la autoridad de la Palabra de Dios, que tiene vida eterna Romanos 5:1; 1 Juan 5:13. Esto se puede y debe saberlo ahora mismo, en esta vida, y no es para descubrir en algún juicio futuro.
No solamente debe saberlo cada persona por sí misma, sino los creyentes de cada iglesia, y sobre todo los pastores, deben mirar y considerarse los unos a los otros en cuanto a la realidad de la profesión de fe, porque el evangelio es lo fundamental, y se puede saber si otros realmente son cristianos o no. Si no lo son, necesitan ser exhortados y advertidos, y no deben ser incluidos como si lo fuesen Proverbios 20:11; 2 Corintios 6:14; Hebreos 3:12,13; 1 Juan 2:3-6.
Con las palabras “seguridad de salvación” queremos decir que los que están en Cristo perseveran Juan 10:28,29 y nunca perecerán. Es imposible ganar la salvación de Dios por obras o méritos, y de la misma manera es imposible perderla por falta de estas cosas. Las buenas obras son los frutos, o resultados, de ser salvo y seguro, y son características de vida eterna, pero no contribuyen a la salvación Efesios 2:8 al 10.
Hay algunos que pueden hacer nula su profesión de ser creyente, si es falsa Mateo 7:21 al 23; Tito 1:16, sin embargo, los tales nunca tenían la salvación en realidad. La Biblia afirma la seguridad de cada verdadero creyente diciendo que es imposible que haya condenación para los que están en Cristo Juan 5:24; Romanos 8:1. Están seguros en las manos de Dios por toda la eternidad, porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios Romanos 11:29.
La vida cristiana y sus prioridades
Todos los cristianos son llamados a vivir una vida de santidad personal y práctica 1 Corintios 6:19,20; 1 Tesalonicenses 4:3,7; 1 Pedro 1:15,16. Son los discípulos de Cristo y como tales deben estar separados del mundo y tener vidas de piedad, servicio y testimonio al mundo Marcos 8:34; Lucas 9:23. Este servicio incluye el ministerio entre y con los otros creyentes de su congregación 1 Corintios 12:7,29; Efesios 4:12. También incluye la propagación del evangelio a los de su entorno, y en todo el mundo Marcos 5:19; 16:15; Hechos 1:8; 1 Tesa-lonicenses 1:6 al 8.
Los dones espirituales
El Señor Jesucristo prohibió claramente hacer tesoros en la tierra, y su Palabra nos exhorta a estar contentos con sustento y abrigo, porque piedad acompañada de contentamiento es gran ganancia Mateo 6:19 al 34; Juan 12:25,26; 1 Corintios 3:12 al 15. Estas enseñanzas no se limitan a la época de los apóstoles, sino que son válidas para nosotros también, hasta la aparición de nuestro Señor 1 Timoteo 6:14. La Biblia condena la avaricia y la codicia y la iglesia está obligada a mantener su pureza, disciplinando a los avaros de igual manera que a los fornicarios e idólatras 1 Corintios 5:11; 6:9,10.
Los dones espirituales no son talentos, sino capacidades especiales que vienen del Señor Jesucristo para el bien de todos en su Iglesia Efesios 4:10 al 12. Él mismo los da a cada creyente por el ministerio del Espíritu Santo, con el propósito de que sirvan en la iglesia, para provecho de todos Romanos 12:4 al 8; 1 Corintios 12:8 al 10, 28 al 30; Efesios 4:8 al 12, 1 Pedro 4:10,11. Esto ocurre, no en una ceremonia, sino cuando alguien se convierte y es un hecho soberano del Espíritu de Dios según su voluntad y no como respuesta a las peticiones de los hombres 1 Corintios 12:7,11,18.
Cada creyente debe aprovechar su don para la edificación, no de sí mismo, sino de la iglesia donde él está en comunión 1 Corintios 12:7, 25, 13:1 al 3; 14:12. No hay nadie en la Iglesia que sea inútil o que no pueda hacer nada. Cada creyente es un miembro y tiene una función y una utilidad para el resto de la Iglesia que es el cuerpo de Cristo 1 Corintios 12:18 al 27.
Algunos dones eran para fundar y establecer la Iglesia, como el don de sanar, el hacer milagros, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas 1 Corintios 12:28 al 30, señalando a los judíos especialmente la veracidad y autoridad divina del mensaje del Evangelio 1 Corintios 1:22; Deuteronomio 28:49; Isaías 28:11,12; Hechos 2:43; 14:19 al 22; Hebreos 2:4. Pero hace siglos que el fundamento ha sido puesto 1 Corintios 3:10, y estos dones fundadores y milagrosos cesaron cuando cumplieron su propósito 1 Corintios 13:8. Por lo tanto, no están en uso en la actualidad, al contrario de lo que manifiestan los movimientos carismáticos y pentecostales.
No obstante, seguimos creyendo que Dios mismo hace milagros, todo lo puede, y Él sana según su voluntad soberana tanto ahora como en toda la historia. Pero a la vez reconocemos que la Biblia declara que aun Satanás puede hacer milagros y quiere engañar, así que el creyente no debe creer que cada milagro es de Dios, sino discernir entre lo divino y lo diabólico 1 Tesalonicenses 5.21; 2 Timoteo 3:8,9 con Éxodo 7:10,11, 20 al 22, 8:5 al 7; 2 Tesalonicenses 2:8 al 12; 2 Corintios 11:3,13 al 15; 1 Juan 4:1 al 3; 2 Juan 7; Apocalipsis 13:11 al 15.
Los eventos futuros
Dios ha dado diferentes mayordomías (o dispensaciones) y normas que corresponden a cada época, para gobernar la vida y la relación con Dios Hebreos 7:18,19. En cada época el camino de la salvación es por la fe solamente Romanos 4:3. Vivimos ahora en la edad de la gracia de Dios, también llamada la época de la Iglesia, siendo que ahora Cristo está edificando su iglesia, cosa que no existía antes de este tiempo Mateo 16:18; Romanos 6:14; Efesios 3:2 al 6; Colosenses 1:25 al 27.
La Iglesia no toma el lugar de Israel en las profecías, ni en el plan de Dios, sino que es una entidad distinta Romanos 11.1,2, 25,26; 1 Corintios 10:32. Su futuro es celestial, no terrenal, y nunca ha recibido mandato para reinar en este mundo. Israel, como pueblo de Dios, no ha sido desechado para siempre Romanos capítulos 9 al 11, sino desgajado como rama de olivo durante esta época. Sin embargo, Dios es poderoso para volverlo a injertar, y lo hará, lo cual significa que Israel tiene futuro.
En este mundo, el futuro está con Israel, no con las naciones, por muchas, poderosas y organizadas que sean. Delante de Dios las naciones son como el polvo fino de la balanza, como la gota que cae del cubo, menos que nada y que lo que no es Isaías 40:15 al 17. Dios cumplirá todas sus promesas para con su pueblo terrenal, Israel.
La esperanza de la Iglesia no es terrenal, como la de Israel, sino celestial. La venida personal e inminente del Señor Jesucristo en el aire para arrebatar a la Iglesia es la bienaventurada esperanza de la Iglesia, cuyo futuro y herencia están en el cielo, “con el Señor” Juan 14:1 al 3; 1 Tesalonicenses 4:13 al 18; 5:4 al 11. Este evento, también llamado el rapto, terminará la edad de la Iglesia, y reanudará los tratos divinos con Israel como pueblo escogido, los cuales condu-cirán a la salvación de Israel y la venida del Señor Jesucristo como Mesías, para reinar sobre todo el mundo desde Israel.
Una vez arrebatada la Iglesia, seguirá este orden de eventos:
» La tribulación Daniel 12:1; Mateo 24:21,29,30; 1 Tesalonicenses 5:1 al 3; 2 Tesalonicenses 1:6 al 10; 2:1 al 12.
» La venida del Señor Jesucristo a la tierra en gloria y poder, con sus santos, para vencer a las naciones y establecer su reino milenario, con su capital en Jerusalén Salmo 2, Salmo 24; Isaías 65:19 al 25; Ezequiel capítulos 40 al 48; Zacarías 14:1 al 21; Mateo 24:29 al 31; Apocalipsis 19:11 al 20:10.
» La resurrección de los injustos, para condenación, y el juicio del gran trono blanco Juan 5:28,29; Apocalipsis 20:11 al 15.
» El estado eterno de castigo para los inconversos y bendición para los redimidos Mateo 25:46; 2 Tesalonicenses 1:9, 2:12.
Pero ¿de qué te va a servir el saber todo esto si tú mismo no te arrepientes de tus pecados, si no confías en el Señor Jesucristo para que Él te perdone y salve, para que Él te dé vida eterna? No te servirá de nada excepto para aumentar tu culpa, si sabes la verdad y no actúas conforme a ella.
Y si eres creyente verdadero, y te estás congregando de otra forma, el Señor te llama “fuera del campamento”, esto es, fuera de los sistemas organizados y encabezados por los hombres, porque Él no está allí. El Señor está en la reunión de su pueblo que se congrega sólo en su Nombre y conforme a su Palabra. Si no te congregas así, no estás haciendo la voluntad del Señor. Debes buscar una asamblea de creyentes que se congrega en torno al Señor y su Palabra, y entrar en comunión con ellos.
T. E. Wilson
John Heading
Carlos Knott
N.Crawford
|