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UN DILEMA EVANGÉLICO

 

Hay un problema curioso hoy en el mundo evangélico, y plantea preguntas muy serias a la Iglesia y a cada creyente. En breve, el problema es el siguiente: un gran ejército de “ganadores de almas” ha sido movilizado en algunos sectores para alcanzar a la población para Cristo con campañas, cruzadas, etc. Indudablemente son sinceros, celosos, entusiastas y persuasivos. A favor suyo tenemos que decir que son enérgicos y no perezosos. Y es uno de los fenómenos de nuestra era, que han conseguido un número casi astronómico de conversiones. Hasta ahora, parece que todo está en el lado positivo.
Pero no es así, porque el problema es este: gran cantidad de estas conversiones no duran. El “fruto” no permanece. Seis meses después, no hay nada visible como buen resultado de tanto evangelización agresiva. La técnica del evangelio encapsulado ha producido partos malogrados.


¿Qué hay en la raíz de todo este procedimiento ilícito en nuestra evangelización? Aunque parezca raro, el problema empieza con un compromiso a predicar el puro evangelio de la gracia de Dios. Queremos preservar el mensaje en su forma más sencilla – sin la más pequeña sugerencia de que el hombre pueda merecer la vida eterna, porque la justificación es solamente por la fe, obras aparte. En esto estamos de acuerdo. Así que, el mensaje es: “sólo tienes que creer”.


Y de allí reducimos el mensaje a una fórmula concisa. Cuatro leyes o pasos, una oración, y ¡ya está! Por ejemplo, la evangelización se suele reducir a unas pocas preguntas y respuestas, como en el siguiente ejemplo:


—¿Crees que eres un pecador?
—Sí.
—¿Crees que Cristo murió por los pecadores?
—Sí.
—¿Le recibirás como tu Salvador?
—Sí.
—Entonces, ¡eres salvo!
—¿Sí?
—¡Sí! ¡La Biblia dice que tú eres salvo!

 

A primera vista, el método y el mensaje pueden parecer estar fuera del alcance de la crítica. Pero al mirarlo más detenidamente estamos obligados a volverlo a pensar, y concluimos que así hemos simplificado demasiado el evangelio. En el ejemplo dado la persona sólo tiene que decir “sí” tres o cuatro veces para ser considerada creyente, ¡aunque tal vez ni siquiera entiende el evangelio!


El primer defecto es la falta de énfasis en el arrepentimiento. No puede haber ninguna verdadera conversión sin convicción del pecado y verdadero arrepentimiento. Una cosa es estar de acuerdo que soy un pecador, y totalmente otra cosa es experimentar el ministerio convencedor del Espíritu Santo que me deja convicto del pecado en mi vida personal. Si no tengo del Espíritu Santo la convicción de mi estado completamente perdido, nunca podré ejercer fe salvadora. Es inútil decirles a los pecadores que “sólo tienen que creer en Jesús”, porque aquel mensaje es únicamente para los que tienen convicción de su pecado y saben que están perdidos. Endulzamos erróneamente el evangelio al quitar el énfasis en la condición pecaminosa y caída del ser humano. Con este tipo de mensaje debilitado que sólo dice cosas como: “Dios es amor”, la gente recibe la Palabra con gozo y no con la debida contrición de corazón. Por esto no tiene raíces profundas, y aunque dure un poco, pronto llega a abandonar su profesión de fe al surgir la persecución o las dificultades (Mt.13:21). Sólo es cuestión de tiempo. Hemos olvidado que el mensaje divino, a judíos y a gentiles, es arrepentimiento hacia Dios y fe en Nuestro Señor Jesucristo (Hch. 20:21).


El segundo defecto serio es la falta de énfasis en el señorío de Cristo. Un mero asentimiento intelectual, ligero y alegre de que Jesús es el Salvador, no es suficiente. Jesucristo es Señor primero, y entonces también es Salvador. Pero el Nuevo Testamento siempre le presenta como Señor antes que Salvador (2 P. 1:11; 2:20; 3:2). ¿Presentamos las implicaciones de Su señorío a la gente cuando evangelizamos? Él siempre lo hacía.


La tercera mácula en este tipo de mensaje es nuestra tendencia a esconder los términos que presenta el Señor respecto al discipulado, hasta que obtengamos una “decisión” hecha a favor de Jesús. Pero nuestro Señor nunca hacía esto. Su mensaje que anunciaba incluía la cruz, y no solamente la corona. “Él nunca escondió sus cicatrices para ganar seguidores”. Revelaba lo peor junto con lo mejor, y luego decía a Sus oyentes que calculasen los gastos. En cambio, nosotros somos culpables de popularizar el mensaje y prometerle a la gente diversión.


El resultado de todo esto es que hay personas en nuestras iglesias que “creen” y son sinceros, pero sin saber qué es lo que creen. En la mayoría de los casos, no tienen ninguna base doctrinal en la cual pueden basar su decisión. No saben las implicaciones del compromiso con Cristo. Tales personas nunca han experimentado la obra misteriosa y milagrosa de la regeneración del Espíritu Santo.


Y también hay otras que por la técnica astuta (como de los hábiles vendedores) han sido presionadas para hacer una profesión de fe, y han respondido diciendo que “sí”. También hay quienes quieren dar placer al joven (evangelista) tan amigable que sonríe tanto. Además, hay los cuyo deseo es solamente salir de apuros, por lo que dicen: “Sí, acepto”, a sus parientes, amigos u otros. Seguramente Satanás se ríe cuando estas “conversiones”se anuncian a la iglesia con aires de triunfo.


Quisiera hacer unas preguntas que posiblemente nos guiarán a cambiar nuestra estrategia de evangelismo. La primera es: ¿Podemos, generalmente, esperar que alguien haga un compromiso inteligente, con Cristo la primera vez que oye el evangelio? Ciertamente hay el caso excepcional cuando alguien está preparado ya por el Espíritu Santo. Pero hablando generalmente, el proceso consiste en sembrar la semilla, regarla y luego, más tarde, recoger la siega. En nuestra manía por la conversión instantánea, nos hemos olvidado que la concepción, la gestación y el nacimiento no acontecen en el mismo día.


La segunda pregunta es: ¿Puede una presentación encapsulada del evangelio exponer bien un mensaje tan grande? Como uno que ha escrito varios folletos evangelísticos, confieso que aún tengo unas dudas e inquietudes al intentar reducir las Buenas Nuevas a cuatro hojas pequeñas. ¿No sería mejor dar a la gente una presentación más completa tal y como vemos en los Evangelios o en el Nuevo Testamento?


En tercer lugar: ¿Es realmente bíblica toda esta presión para que haya “decisiones”? ¿Dónde en el Nuevo Testamento fue la gente apresurada hasta hacer una profesión, a levantar la mano, hacer una oración, pasar al frente de la congregación, etc.? Justificamos nuestra práctica diciendo que si sólo uno de cada diez es genuino, vale la pena. Pero, ¿qué de los otros nueve, desilusionados, amargados, o quizá decepcionados y encaminados hacia el infierno por una falsa profesión?


Y tengo que preguntar esto: ¿Es precisa toda esta jactancia y reportajes sobre las conversiones? A lo mejor tú también te has encontrado con una persona que con toda seriedad habla de las diez personas que ella contactaba hoy y cómo todas ellas se han convertido. Un médico joven testificaba que cada vez que va a una ciudad nueva, busca en la guía telefónica las personas con su mismo apellido. Luego les visita una a una y les guía en los cuatro pasos de la salvación.

 

“Maravillosamente”, cada uno abre su corazón a Jesús. No quiero dudar de la honestidad de tales cristianos, pero, ¿me equivoco en pensar que son un poco ingenuos? ¿Dónde está todas las personas que “se han salvado” así? Para nuestra vergüenza, no podemos encontrarles.


Todo esto significa que debemos volver a examinar muy seriamente nuestra forma de presentar el evangelio tan encapsulada, tan ligeramente. Debemos estar dispuestos a invertir el tiempo para enseñar el evangelio, poniendo un fundamento sólido de doctrina para que la fe tenga dónde reposar. Debemos enfatizar la necesidad del arrepentimiento, un cambio de sentido de 180 grados del pecado. Debemos insistir en las implicaciones prácticas del señorío de Cristo y en Sus condiciones de discipulado. El Señor busca discípulos, no “decisiones”. Tenemos la responsabilidad de hacer bien la obra, y explicar a las personas inconversas lo que realmente significa “creer”. Y debemos estar dispuestos a esperar para que el Espíritu Santo produzca una convicción genuina del pecado. Entonces debemos estar listos para ayudar a la persona a llegar a la fe salvadora en el Señor Jesucristo. Si hacemos esto, tendremos menos cifras astronómicas de las llamadas “conversiones”, pero más casos genuinos de renacimiento espiritual y fruto que permanece.


William MacDonald

traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott con permiso del autor