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C. H. Mackintosh ha escrito lo siguiente acerca de la manera en que Cristo venció las tentaciones:

Sí; bendito sea su nombre, y allí estaba para el hombre; allí estaba para enseñar al hombre cómo debía hacer frente al enemigo en todas sus variadas tentaciones; allí estaba para mostrar al hombre cómo debe vivir. Ni por un momento podemos suponer que nuestro adorable Señor se opuso al adversario como siendo Dios sobre todas las cosas. En verdad, era Dios, pero si hubiese afrontado el conflicto sólo como tal, no hubiese podido proporcionar un ejemplo para nosotros. Además, hubiese sido innecesario demostrarnos que Dios podía vencer y ahuyentar a una criatura que sus manos habían formado. Pero ver a Aquél que en todos conceptos era hombre, y con todas las circunstancias de la humanidad, exceptuando el pecado; verle allí en debilidad, hambriento, en medio de las consecuencias de la caída del hombre, y hallarle triunfando completamente sobre el terrible enemigo, es ésto lo que nos llena de ánimo, de consuelo, de fuerza y valor.

¿Y cómo triunfó? Esta es una cuestión grande e sobremanera importante para nosotros, cuestión que exige la más profunda atención de todo miembro de la iglesia de Dios; una cuestión cuya magnitud e importancia sería completamente imposible exagerar. ¿De qué modo, pues, venció a Satanás, en el desierto, el Hombre Cristo Jesús? Simplemente por la Palabra de Dios. Lo venció obrando no como Dios Omnipotente; sino como Hombre humilde, dependiente y obediente. Tenemos ante nosotros el magnífico espectáculo de un hombre que se mantiene firme en presencia del diablo, confundiéndole completamente con ninguna arma fuera de la Palabra de Dios. No fue por el despliegue de poder divino, ya que ello no hubiese podido ser un ejemplo para nosotros; fue sencillamente con la Palabra de Dios en su corazón y en sus labios que el segundo Hombre confundió al terrible enemigo de Dios y del hombre.

Y nótese bien que nuestro bendito Señor no discute con Satanás. No recurre a la exposición de hechos relacionados con Sí mismo, hechos que el enemigo conocía bien. ÉL no le dice por ejemplo: “Yo sé que soy el Hijo de Dios; los cielos que se abrieron, el Espíritu que descendió, la voz del Padre, todo ha dado testimonio al hecho de ser yo el Hijo de Dios.” No; esto no hubiese servido; no hubiera ni podría haber sido ejemplo. El único punto especial a que nos conviene atender y aprender es que nuestro Gran Modelo, enfrente de todas las tentaciones del enemigo, usó tan sólo el arma que también está a nuestro alcance, esto es: la sencilla, preciosa Palabra escrita de Dios.